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Historia del Cine
La historia del cine se remonta hasta 1895, cuando fue inaugurado oficialmente en París, el 28 de diciembre de ese año. Esta industria ha sufrido grandes cambios tecnológicos, desde el primer cinematógrafo, inventado por los Hermanos Lumiere hasta el cine digital de este siglo. Cuando se inventó el cine, la idea era poder captar movimientos por medios mecánicos, existieron aparatos previos al cinematógrafo, como la cámara obscura, el taumatopo, el daguerrotipo y la fotografía.
Se dice que Thomas Alva Edison, estuvo muy cerca de inventar el cine al momento de patentar su kinetoscopio, aun así, inspirándose en este último, los hermanos Lumiere fueron quienes crearon el cinematógrafo.
En aquellas épocas, las películas eran muy cortas, con temas muy simples y sin sonido, lo que se conoció como el cine mudo. Su producción era barata en realidad, casi siempre las funciones se acompañaban de un pianista y un relator.
Aun así, en esta primera etapa del cine nacieron la mayoría de los géneros cinematográficos que tenemos actualmente.
En Norteamérica, el cine tuvo un gran éxito por una cuestión muy peculiar: Era un país de inmigrantes, la mayoría no hablaban ingles, así que el teatro, la prensa o los libros no eran opciones de entretenimiento para ellos, por la barrera del idioma, por ello el cine mudo se transformó en una fuente grandiosa de entretenimiento.
Nacimiento de Hollywood
Fue en esta ciudad donde nacieron la mayoría de los grandes estudios como 20th Century Fox, Universal, Paramount, Columbia Tristar, Metro-Goldwyn-Mayer, United Artists, entre otros.
Dentro de la historia del cine, la etapa del cine sonoro es donde se incluye al sonido en la película. Para 1926, el cine mudo alcanzó un buen nivel de desarrollo en imagen y movimiento de la cámara.
El público aceptaba las películas producidas sin problemas y no era necesario que los actores hablaran, la música que acompañaba a la película, era lo que aportaba el dramatismo a la cinta.
Se presentaron grandes cambios en la técnica para el cine sonoro, y así mismo, en la historia del cine.
La cámara perdió movilidad, reduciéndose a una posición estática, la calidad de la imagen no era la misma, era mas importante el dialogo, además los grandes actores del Hollywood del cine mudo vieron derrumbarse sus carreras por su mala dicción o tono de voz, o la excesiva mímica, solamente unos cuantos pudieron hacer la transición con éxito. Pronto surgieron nuevos actores que los reemplazarían.
En la película donde es mas evidente el cambio de cine mudo al sonoro es en el musical “Cantando bajo la lluvia”
Cine Estadounidense
Los comienzos del cine estadounidense
La primera proyección pública de una película en Estados Unidos tuvo lugar en 1896 en Nueva York. El proyector había sido desarrollado por el inventor Thomas Alva Edison, cuya empresa era también la productora de los cortometrajes. La paternidad del cine de ficción estadounidense suele atribuirse a Edwin S. Porter, quien en 1903 utilizó una innovadora técnica de montaje en la película de 8 minutos Asalto y robo de un tren por la cual diferentes fragmentos procedentes de distintas tomas de un mismo filme se unen para formar un todo narrativo. Esta obra convirtió el cine en una forma artística muy popular, y dio lugar a que en todo el país aparecieran pequeñas salas de proyección, los llamados nickelodeones.
David Wark Griffith, discípulo de Porter, desarrolló los principios de éste utilizando tomas panorámicas y primeros planos, así como montajes paralelos, como medios de expresión para mantener la tensión dramática, con lo que se convirtió en el pionero más importante del cine mudo en Estados Unidos. Con sus obras El nacimiento de una nación (1915) e Intolerancia (1916) inició la tradición de cine histórico en su país.
El Hollywood de los años veinte
Entre 1915 y 1920, la industria del cine se desplazó gradualmente desde la costa este hasta Hollywood, donde surgieron nuevos estudios. La producción cinematográfica se convirtió en un importante sector económico e impuso su dominio más allá de las fronteras del país. En esa época surgieron los grandes géneros: el western, el cine policiaco, de aventuras, de ciencia ficción y de terror, que vivieron una época de esplendor con directores como Cecil B. De Mille, John Ford, Frank Capra, William Wyler o King Vidor, al igual que las obras más serias de Ernst Lubitsch y Erich von Stroheim -los dos directores mejor considerados del momento-- o los documentales de Robert Flaherty. Una peculiaridad del cine norteamericano es el slapstick, un género de comedia disparatada basada en persecuciones y gags o situaciones cómicas. El responsable de la aparición de este género en 1912 fue Mack Senett, en cuya escuela se formó Charlie Chaplin, autor de La quimera del oro (1925). Otros importantes representantes del slapstick fueron Buster Keaton (El maquinista de la general, 1927), Harold Lloyd (El estudiante novato, 1925) y el dúo formado por Stan Laurel y Oliver Hardy (From soup to nuts, 1928).
El Cine Sonoro
Con la introducción del cine sonoro a finales de la década de 1920 surgieron nuevos géneros cinematográficos: las pantallas pasaron a estar dominadas por los musicales (con numerosas películas de bailes, sobre todo de Busby Berkeley) y filmes de gángsters, que trataban dos temas de actualidad: la Gran Depresión y la Ley Seca (por ejemplo, Hampa dorada, de Mervyn Le Roy, en 1930, o Scarface, el terror del hampa, de Howard Hawks, en 1932). El género clásico de los principios del sonoro pasó a ser un tipo de comedia conocida como screwball, caracterizada por un ritmo de acción rápido y un humor irreverente (Capra, Hawks). Lubitsch fue el maestro de este género, que posteriormente sería parodiado sobre todo por los hermanos Marx.
Surgieron numerosas películas de crítica social, entre cuyos temas figuraba la guerra (Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone, en 1930). Sin embargo, también se desarrollaron otros géneros más ligeros. Así, el cine de terror alcanzó su apogeo a principios de la década de 1930 (El doctor Frankenstein, de James Whale, en 1931; Drácula, de Tod Browning, en 1931; King Kong, de Ernest B. Schoedsack, en 1933), y las películas del Oeste volvieron a florecer. El periodo estuvo caracterizado por el culto a las estrellas centrado en torno a actores como Marlene Dietrich, Mae West, Jean Harlow, Katherine Hepburn, Bette Davis, Humphrey Bogart o Clark Gable. A finales de los años treinta, Shirley Temple alcanzó la cumbre de su popularidad como estrella infantil. A finales de la década se impuso el color en el cine, cuyas posibilidades aprovechó sobre todo Walt Disney en sus películas de animación centradas en torno a las figuras de Mickey Mouse y el pato Donald.
Las Décadas de 1940 y 1950
En 1941, el estreno de Ciudadano Kane, de Orson Welles, supuso un punto de inflexión para el cine estadounidense. Welles renunció a la narración cronológica y creó una obra de arte que revolucionó el lenguaje cinematográfico por su empleo novedoso de la profundidad de campo, la perspectiva de la cámara y los efectos sonoros. La década de 1940 estuvo dominada por el cine negro, cuya visión del mundo sombría y pesimista se reflejó sobre todo en numerosas películas policiacas, por ejemplo El halcón maltés (1941), de John Huston, inspirado en una novela de Dashiell Hammett; Perdición (1944), de Billy Wilder; y El sueño eterno (1946), de Howard Hawks, basado en un texto de Raymond Chandler.
En la década de 1950, la difusión de la televisión empezó a amenazar seriamente al séptimo arte. La industria cinematográfica intentó recuperar espectadores mediante la oferta de novedades técnicas (con pantallas más grandes como el CinemaScope o películas de efecto tridimensional) y de costosas superproducciones como Ben-Hur (1959), de William Wyler. El melodrama alcanzó su apogeo con las películas de Douglas Sirk (por ejemplo, Escrito sobre el viento, 1956) y Vincente Minnelli (por ejemplo, Como un torrente, 1959). La popularidad del musical también se mantuvo, con obras como Un americano en París (1951) o Gigi (1958), ambas dirigidas por Minnelli.
ante el peligro (1952), de Fred Zinnemann; Centauros del desierto (1956), de John Ford; Colorado Jim (1953), de Anthony Mann; Decision at Sundown (1957), de Budd Boetticher; Forty Guns (1957), de Samuel Fuller; o Río Bravo (1959), de Howard Hawks. Algunas de las estrellas de esa época fueron Elizabeth Taylor, Grace Kelly, James Dean, Marlon Brando o Paul Newman.
Las Décadas de 1960 y 1970
La crisis económica de Hollywood provocada por la televisión alcanzó su punto culminante en 1962, lo que supuso que sólo los directores más prestigiosos (como Hawks, Huston, Ford o Hitchcock) pudieran permitirse producciones costosas. Muchos profesionales se vieron obligados a dirigir películas baratas de serie B (Roger Corman, Samuel Fuller, Don Siegel). Sólo después de algunos años pudo establecerse una nueva generación de directores, entre ellos Stanley Kubrick, con sus películas de ciencia ficción 2001: una odisea del espacio (1968) y La naranja mecánica (1971), o los creadores de una nueva escuela de comedia: Jerry Lewis (¿Dónde está el frente?, 1970), Woody Allen (Annie Hall, 1977) y Mel Brooks (El jovencito Frankenstein, 1974). A finales de la década de 1960 surgió un movimiento en favor de una mayor libertad de creación y una menor dependencia del éxito comercial. En él participaron directores como Dennis Hopper (Buscando mi destino, 1969), Arthur Penn (Bonnie y Clyde, 1967), Robert Altman (Nashville, 1975), Peter Bogdanovich (La última película, 1971), Francis Ford Coppola (El padrino y sus secuelas, 1972, 1974 y 1990, y Apocalypse Now, 1979) o Martin Scorsese (Taxi Driver, 1976).
El Cine Estadounidense Actual
Desde mediados de la década de 1970, el cine estadounidense ha superado su grave crisis. Dado que las grandes productoras vuelven a funcionar exclusivamente sobre la base de los beneficios de taquilla, se observa una tendencia a la producción de continuaciones de películas de éxito, como la saga de La guerra de las galaxias, de George Lucas, (1977, 1980, 1983, 1999), la serie Rocky con Sylvester Stallone (1976, 1978, 1981, 1985, 1990) o las películas de Loca academia de policía (a partir de 1983). En los últimos años, algunos prestigiosos directores han resucitado o desarrollado géneros tradicionales, entre ellos Steven Spielberg con Tiburón (1975), la serie de Indiana Jones (1981, 1984, 1989), E.T. el extraterrestre (1982), Parque Jurásico (1993, con una continuación en 1996) y La lista de Schindler (1993); Milos Forman con Alguien voló sobre el nido del cuco (1975) y Amadeus (1984); Alan J. Pakula con Klute (1971) y Todos los hombres del presidente (1976); Brian de Palma con Vestida para matar (1980) y Los intocables de Eliot Ness (1987); Sidney Pollack con Tootsie (1982) y Memorias de África (1985); Alan Parker con El expreso de media noche (1978) y Arde Mississippi (1988); Oliver Stone con Nacido el cuatro de julio (1989) y JFK (1991); Jim Jarmusch con Extraños en el paraíso (1984), Bajo el peso de la ley (1986) y Noche en la Tierra (1993); así como David Lynch con Terciopelo azul (1986), Corazón salvaje (1990) y la serie televisiva "Twin Peaks" (1990). En los años noventa surgió Quentin Tarantino, un director que convenció al público y a la crítica con películas como Reservoir Dogs (1992) y Pulp Fiction (1994). Con su humor negro y su forma de mostrar la violencia tuvo una gran influencia sobre otros directores.
La película de James Cameron Titanic, que fue premiada con once premios Oscar en 1998, produjo unos ingresos de 308,2 millones de dólares en EEUU hasta finales de febrero de 1998. También en Alemania, Brasil, España, Gran Bretaña, Japón y otros países alcanzó un gran éxito comercial. Es probable que haya generado un mínimo de 400 millones de dólares en EEUU y otros 500 millones o más fuera del país hasta la fecha antes citada. Con ello superaría el récord de Parque Jurásico, de Steven Spielberg (1993), que generó 914 millones de dólares.
Entre las películas de mayor éxito de los años 1998 y 1999 figuran, entre otras, Grandes esperanzas (Great expectations), de Alfonso Cuaron, con Gwyneth Paltrow y Robert de Niro; El indomable Will Hunting, de Gus van Sant, con Matt Damon y Robin Williams; la comedia Mejor… imposible, de James L. Brooks, con Jack Nicholson; La cortina de humo, de Barry Levinson, con Dustin Hoffman y Robert de Niro; y la cuarta entrega de La guerra de las galaxias, Episodio I. La amenaza fantasma, de George Lucas.
El elevado nivel técnico y la eficacia de su red comercial y de distribución harán que previsiblemente el cine estadounidense siga manteniendo en un futuro su posición dominante en el mercado mundial.
Cine Español
En mayo de 1896 llegó a España el cinematógrafo de los hermanos Lumière, y en los meses siguientes varios operadores franceses filmaron los primeros cortometrajes documentales. El primer español en rodar con el cinematógrafo fue Eduardo Jimeno con Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza (1897). El primer filme argumental se debe a Fructuoso Gelabert (Riña en un café, 1897).
Sin embargo, el inicio del cine de ficción argumental, que exigía ya de una infraestructura industrial básica, puso de relieve lo que sería el continuo problema de la producción cinematográfica española: la disparidad entre el abundante potencial creativo y la debilidad de la industria. A pesar de todo, antes de la I Guerra Mundial (1914-1918) existían en el país más de mil salas de exhibición y una veintena de productoras. Durante el conflicto bélico se produjeron en España más de 200 películas. Al terminar la guerra, la industria europea se recuperó, desplazando a la española, que entró en un periodo de crisis.
En el cine español habrá personalidades aisladas, sin continuidad suficiente que posibilite una producción competitiva a escala internacional y proteja el mercado nacional de la creciente colonización estadounidense.
Los pioneros experimentadores, como Segundo de Chomón, que fue un gran innovador en el cine de animación, se vieron obligados a trabajar en Italia o en Francia. La producción nacional comenzó a basarse en la tradición literaria (Don Juan Tenorio, 1908, de Ricardo de Baños), en el costumbrismo folclórico (Malvaloca, 1927, de Benito Perojo) o taurino (Currito de la Cruz, 1925, de Alejandro Pérez Lugín y Fernando Delgado), y en episodios históricos tópicos (Agustina de Aragón, 1928, de Florián Rey), temas que durante años han dominado el panorama del cine español. La zarzuela filmada representaría en 1923 el 50% de la producción cinematográfica en España.
Cine Sonoro
La llegada del sonoro en 1929 causa un hundimiento de la producción nacional al tener que sonorizar las películas en el extranjero. Por ejemplo, La aldea maldita (1929), de Florián Rey, película mítica rodada en versión muda, se tuvo que llevar a París para grabar el sonido, se estrenó en esa ciudad, y tan sólo se exhibió comercialmente en versión sonora.
Durante la II República (1931-1936), se intentó organizar una industria solvente. En 1932 se crean en Barcelona los estudios Orphea y, en Valencia, la sociedad Cifesa (Compañía Industrial Film Española, S.A.); en 1934, en Madrid, nacen los estudios CEA (Cinematografía Española y Americana) y Filmófono, de la mano de Luis Buñuel, que trataban de hacer un cine comercial español de calidad. La primera película sonora producida en España fue Carceleras (1932), de José Buchs. Las producciones de mayor éxito volvieron a ser las de las temáticas tópicas antes descritas: Nobleza baturra (1935), de Florián Rey, o La verbena de la Paloma (1935), de Benito Perojo. Durante la Guerra Civil española, la industria volvió a sufrir un nuevo estancamiento, y las producciones cinematográficas tenían fines propagandísticos.
Con el comienzo de la dictadura de Francisco Franco en 1939 el cine se convirtió en una industria de apoyo al régimen sujeta a una férrea censura previa. Luis Buñuel se exilió en México, al igual que alguna otra figura destacada de la naciente industria, perdiéndose buena parte de los recursos humanos y creativos del medio. Durante estos años, el cine se especializó en producciones típicamente de consumo (musicales y comedias).
Florián Rey sigue con el costumbrismo en Morena Clara (1936), al que se sumará ahora el género religioso con La hermana San Sulpicio (1934) o La mies es mucha (1948), ésta de José Luis Sáenz de Heredia, realizador que lleva al cine guiones patrióticos, como Raza (1941), sobre la figura de Franco. Otro género propio del periodo para la exaltación de los valores del franquismo es el retrato de figuras patrióticas, en el que se especializa Juan de Orduña, destacando sus obras Locura de amor (1948) y Alba de América y La leona de Castilla, de 1951.
Durante la posguerra hubo un intento de hacer un cine distinto, que ejemplifica el comediógrafo Edgar Neville (La torre de los siete jorobados, 1944), que no llega a cuajar. En la década de 1950, bajo la influencia del neorrealismo italiano, empiezan a aparecer obras realmente críticas desde el punto de vista social que, sin embargo, logran pasar la censura; son películas bien construidas pero con desigual suerte comercial; entre ellas cabe citar Surcos (1951), de José Antonio Nieves Conde, Bienvenido Mr. Marshall (1952), de Luis García Berlanga, o Cómicos (1953), Muerte de un ciclista (1955) y Calle mayor (1956) de Juan Antonio Bardem; e incluso Historias de la radio (1955), del propio José Luis Sáenz de Heredia.
Uno de los más grandes éxitos comerciales de esta época fue la película del director Ladislao Vajda, Marcelino Pan y Vino (1954).
Otros nombres destacados de estas generaciones son el guionista Rafael Azcona y los productores Elías Querejeta y Andrés Vicente Gómez. Azcona, autor satírico que cultiva el humor negro y un costumbrismo que va de la farsa al absurdo surrealista, ha trabajado tanto con el italiano Marco Ferreri (en sus producciones españolas El pisito, 1958, o El cochecito, 1960), como con Luis García Berlanga, Carlos Saura, José Luis Cuerda (El bosque animado, 1987), José Luis García Sánchez (Divinas palabras, 1987, o Suspiros de España (y Portugal), 1995), Manuel Gutiérrez Aragón (El rey del río, 1994), Fernando Trueba (El año de las luces, 1986, y Belle Époque, 1992, Oscar a la mejor película extranjera). Todas ellas, pese a la diferencia de temáticas, año de producción y estilos, llevan su impronta inequívoca.
Otra línea de autores importante desde 1960 es la surgida en la Escuela de Barcelona, que se caracterizó por su propuesta de estructuras narrativas abiertas e innovadoras. Entre los cineastas que aún siguen en activo destacan Gonzalo Suárez (Ditirambo, 1967, o El detective y la muerte, 1994) y Vicente Aranda (El Lute, camina o revienta, 1987, o Amantes, 1991), realizadores que por otra parte mantienen entre ellos pocos elementos en común.
Durante la transición política y los años inmediatamente posteriores, se inició un estilo de cine de reflexión sobre la Guerra Civil, la posguerra y la vida durante el franquismo, en el que se combinan la denuncia, la sátira y la nostalgia, como muestran las producciones Las largas vacaciones del 36 (1975) o El largo invierno (1991), de Jaime Camino; Las bicicletas son para el verano (1983), de Jaime Chávarri, sobre obra teatral de Fernando Fernán Gómez; Asignatura pendiente (1977) y Volver a empezar (1982), Oscar a la mejor película extranjera, de José Luis Garci; La colmena (1982) y Los santos inocentes (1984), de Mario Camus; El año de las luces (1986), de Fernando Trueba; La vaquilla (1984), de Luis García Berlanga; o ¡Ay, Carmela! (1990), de Carlos Saura.
Aunque los autores de esta generación han tocado otros temas, su desigual éxito ha hecho que desde el punto de vista comercial, salvo muy contadas excepciones (destacan casos aislados, como el de Amanece, que no es poco, 1988, de José Luis Cuerda), el cine español de la década de 1980 no haya obtenido grandes logros debido, en parte, a su dependencia excesiva de las subvenciones públicas. En consecuencia, la comercialización exterior ha sido mínima, y la producción extranjera doblada, especialmente la estadounidense, ha seguido predominando dentro incluso del mercado nacional.
Al amparo del movimiento contracultural de la década de 1980, especialmente en Madrid y Barcelona, surgió un nuevo cine de pretensiones provocadoras, en un principio con vocación minoritaria, pero que más tarde ha resultado ser muy fructífero desde el punto de vista comercial. Dentro de esta corriente ha destacado, sobre todo, Pedro Almodóvar y, en una línea más convencional, el también productor Fernando Colomo. En Barcelona, entre las figuras más notorias se encuentra Bigas Luna con Bilbao (1978), Las edades de Lulú (1990) o Jamón, jamón (1992).
En los últimos tiempos, ha surgido un movimiento de nuevos realizadores que comparten el afán por llegar al gran público, con un rango temático más amplio y una narrativa más ágil. Entre los directores que comparten estos objetivos se encuentran, entre otros, Juanma Bajo Ulloa (Alas de mariposa, 1991, La madre muerta, 1993, y Airbag, 1997), Alex de la Iglesia (Acción mutante, 1992, El día de la bestia, 1995, y La comunidad, 2000), Julio Médem (Vacas, 1992, La ardilla roja, 1993, y Los amantes de círculo polar, 1998), Mariano Barroso (Mi hermano del alma, 1993, y Kasbah, 2000), Icíar Bollaín (Hola, ¿estás sola?, 1995), Agustín Díaz Yanes (Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, 1995), Alejandro Amenábar (Tesis, 1996, y Los otros, 2000), Fernando León de Aranoa (Familia, 1996), Santiago Segura (Torrente, el brazo tonto de la ley, 1998) y Benito Zambrano (Solas, 1999). Fuera de los circuitos comerciales convencionales se sitúa la obra de José Luis Guerín, autor de filmes de corte documental como En construcción (2001).
Cine Mexicano
En México, el desarrollo de la cinematografía está marcado básicamente por tres tipos de factores. Por una parte están los azarosos vaivenes económicos y políticos, situación común a todo el cine latinoamericano y español. Por otro, la cercanía e influencia de Estados Unidos trajo consigo la realización de numerosos rodajes de esa nacionalidad, especialmente tras la II Guerra Mundial, y determinó la sólida formación de técnicos y actores a los que luego la industria nacional no siempre podía dar cabida. Por último, la influencia del folclore y la canción popular hizo de cantantes como Tito Guizar o Jorge Negrete actores destacados, e incluso, como en el caso del último, poderosos controladores del medio a través del fuerte sindicato que dominaba la industria en las décadas de 1940 y 1950.
A estos factores habría que añadir las influencias culturales europeas que llegaron de la mano de realizadores allí formados (Felipe Cazals) y de cineastas refugiados en México o atraídos por la cultura del país (Luis Buñuel, Serguéi Eisenstein). Todo ello dio como resultado una serie de figuras aisladas cuya importancia ha trascendido las fronteras del país, entre las que se encuentran Emilio Fernández, Mario Moreno, Cantinflas en el cine cómico, y el exiliado español Luis Buñuel, buena parte de cuya obra se gestó y desarrolló en México. Sin embargo, a pesar de estas incursiones en el panorama internacional, la industria cinematográfica mexicana aún no ha conseguido establecer unos cimientos suficientemente sólidos como para competir con eficacia en los mercados extranjeros.
Período Mudo
La presencia del nuevo medio es temprana en el país y, apenas un año después de la primera exhibición en París, el cinematógrafo de los hermanos Lumière abrió su primera sala en 1896. El promotor de este acontecimiento fue Salvador Toscano Barragán, un ingeniero de minas que más tarde se convertiría en distribuidor ambulante e introductor del cine en México, realizador de documentales sobre la Revolución Mexicana (reunidos en 1950 bajo el título Memorias de un mexicano) y autor de la primera película de ficción mexicana, Don Juan Tenorio (1898).
El documental predominó hasta 1910, y hubo que esperar hasta 1906 para que apareciera el primer largometraje (película de más de un rollo): San Lunes del Valedor, imitación del entonces predominante cine italiano. A esa cinta le que siguió El grito de Dolores (1910, de Felipe Jesús del Haro), sobre la independencia del país, que transmitía un sentimiento más autóctono.
A partir de entonces proliferaron las cintas argumentales, y desde 1917 se fundaron varios estudios y productoras. En los años del mudo, producciones como El automóvil gris (1919), de Enrique Rosas, y El caporal (1921), de Miguel Contreras Torres, que con 10 rollos es la cinta más larga hecha hasta ese momento por el cine nacional mexicano, ilustran lo que es en términos generales una de las mejores etapas de la industria nacional.
Período Sonoro
Sin embargo, con la llegada del sonoro (en 1930 se rodó la primera película hablada mexicana, Más fuerte que el deber, de Rafael J. Sevilla) comenzó la decadencia económica del cine mexicano, aunque en principio pareciera que se ponía un fuerte obstáculo a la competencia de Hollywood, con el fracaso de las versiones sonoras en español de las producciones de la industria estadounidense. Esta situación se debió, en parte, a la transición del enfoque artesanal al industrial. De hecho, lo que en realidad comenzó fue la producción de Hollywood en tierras mexicanas (en 1934 Fred Zinnemann rodó Redes), que significó el auge posterior del cine mexicano.
Pero antes de este florecimiento, se produjo otro hecho muy trascendente para el cine nacional con pretensiones artísticas: el rodaje, en 1931, de ¡Que viva México!, del soviético Eisenstein. Dicha película fue secuestrada en los laboratorios estadounidenses y quedó, por ello, incompleta. En años sucesivos fue montada, pero no por el genial director ruso. No obstante tuvo una marcada influencia sobre la obra posterior de directores mexicanos como Emilio Fernández.
En la década de 1930, con la llegada de las producciones estadounidenses, comenzó un periodo de gran producción alrededor de temas costumbristas, folclóricos, aún cuando trataran hechos históricos relativos a la reciente Revolución. Una muestra de ello son los largometrajes El compadre Mendoza (1933), ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935) o Allá en el Rancho Grande (1936), realizados por el director más celebrado de aquellos años, Fernando de Fuentes. México se convirtió en el primer productor latinoamericano, se crearon poderosas compañías nuevas y, en el periodo que se abre entonces, surgieron los actores más conocidos del cine mexicano: María Félix, Arturo de Córdoba, Cantinflas, Pedro Infante, Jorge Negrete, Pedro Armendáriz y Dolores del Río. Estos dos últimos realizaron frecuentes apariciones en el cine estadounidense.
Este apogeo del cine mexicano, subrayado con producciones como Distinto amanecer (1943), de Julio Bracho, o La barraca (1944), de Roberto Gavaldón, va a verse reforzado a finales de la II Guerra Mundial por dos factores: la alineación del régimen argentino con las potencias perdedoras del eje, que va a suponer el declive del cine de este país dentro de América Latina en beneficio del mexicano, y la llegada de Luis Buñuel a México. Tras unos inicios difíciles y vacilantes, el director español hizo Los olvidados (1950), Subida al cielo (1951), Él (1952), La vida criminal de Archibaldo de la Cruz (Ensayo de un crimen, 1955), Nazarín (1958), El ángel exterminador (1962) o Simón del desierto (1965), obras de repercusión internacional que lanzaron a intérpretes como Silvia Pinal o técnicos como Luis Alcoriza, guionista con Buñuel y luego director y autor independiente.
Antes, en la década de 1940, se había fundado el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica de la República Mexicana (STPCRM), todopoderosa institución que afianzó la producción nacional. Por otro lado, Emilio Fernández había rodado La perla (1945), sobre guión de Steinbeck, Enamorada (1946), Río Escondido (1947) y Pueblerina (1948), que son algunas de las mejores películas del cine mexicano.
Mientras los éxitos de Cantinflas le encumbraban en una popularidad inigualada, durante las décadas de 1950 y 1960 se produjo una nueva decadencia industrial y artística de las figuras antes consagradas. Durante esos años se hizo un cine menos comercial, con producciones como Raíces (1954), de Benito Alazraki, o ¡Torero! (1956), de Carlos Velo, que continuaron directores como Alberto Isaac, Sergio Véjar, Juan José Gurrola, Alberto Gout (Estrategia matrimonial, 1966), Servando Gonzáles (Viento negro, 1964), Alejandro Jodorowski (El topo, 1970, La montaña sagrada, 1972) y, sobre todo, ya en 1960 y 1970, Luis Alcoriza (Tarahumara, 1964, Mecánica Nacional, 1971) y Felipe Cazals (Los que viven donde sopla el viento suave, 1974, El Apando, 1975, o Canoa, 1976).
Pero el interés por las obras de estos autores cultos desapareció al pasar estos años, especialmente con la crisis económica de la industria que sobrevino a finales de la década de 1970. De esa época sólo se conserva la casi total nacionalización de la industria cinematográfica y los trabajos de algún autor como Arturo Ripstein. Tras obtener éxitos como Los albañiles, basada en la novela de Vicente Leñero, Oso de Plata en Berlín en 1976, el cine mexicano cayó en picado: la quiebra económica entre 1979 y 1984 produjo la marcha de directores como Luis Alcoriza y una pérdida general de la calidad e interés de las producciones nacionales.
Cine después de 1980
A partir de 1985 se asistió a un resurgir del cine mexicano, si no en la cantidad o en la fortaleza de la producción sí al menos en cuanto al interés y la calidad del cine realizado.
A estos logros ha contribuido el apoyo financiero del Fondo de Fomento a la Calidad Cinematográfica instituido por el gobierno, y el de otras instituciones, como la Universidad Nacional Autónoma de México o la Universidad de Guadalajara, apoyos que unidos a la calidad de la formación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos ha permitido la realización de producciones capaces de competir en los mercados exteriores.
Entre éstas habría que destacar las películas de Arturo Ripstein Principio y fin (1993) y El callejón de los milagros (1994), basadas en las novelas homónimas del escritor egipcio Naguib Mahfuz. La segunda, con guión adaptado de Jorge Fons, fue galardonada en 1996 con el Goya de la Academia de Cinematografía Española a la mejor película. Del escritor colombiano Gabriel García Márquez adaptó en 1998 el relato El coronel no tiene quien le escriba. Otros realizadores destacados son Jaime Humberto Hermosillo, con La tarea (1991), y la directora María Novaro, con Danzón (1991), El jardín del Edén (1994), sobre los 'espaldas mojadas' que tratan de cruzar la frontera estadounidense en busca de la prosperidad soñada, o Diego (1986), documental de ficción sobre el pintor Diego Rivera.
Mención aparte merece Alfonso Arau, autor de las más comerciales Como agua para chocolate (1992), nominada al Goya en 1993, y la producción estadounidense Un paseo por las nubes (1995), nuevo ejemplo de la relación del cine mexicano con EEUU. Este país continúa absorbiendo el potencial humano mexicano y, aunque facilita la formación de excelentes técnicos, también lo despoja de algunos de sus representantes más brillantes. Este hecho ha dificultado en buena medida el desarrollo de una industria nacional propia y sólida.
El 2000 fue el año del resurgir de la industria cinematográfica mexicana, que sacó a la luz un total de 27 proyectos. Parte de este éxito se debió a la aparición tres años antes de dos productoras y distribuidoras privadas, Amaranta Films y Altavista Films, que renovaron el panorama con películas como El evangelio de las maravillas (1998, de Arturo Ripstein) o Amores perros (2000, de Alejandro González Iñárritu). A esto se sumó la aparición de una nueva generación de realizadores entre los que se encuentran Beto Gómez (El sueño del caimán, 2000), Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, 2001) y Guillermo del Toro (El espinazo del Diablo, 2001), entre otros.
Cine Italiano
El primer periodo de esplendor del cine italiano comenzó en la década de 1910, cuando se constituyó como pionero de espectaculares superproducciones históricas.
Hasta entonces, la industria cinematográfica italiana había sido una pálida sombra de la francesa, adoptando de su vecino más avanzado no sólo las ideas, sino también los actores (el cómico italiano más popular de los inicios del cine, Cretinetti, era de hecho francés, André Deed, al que se conocía en su país como Boireau). Pero con La caída de Troya (1910, de Giovanni Pastrone), Los últimos días de Pompeya (1913, de Mario Caserini) y Cabiria (1914, de Pastrone), las compañías italianas Ambrosio y Cines lanzaron con éxito comercial una forma enteramente nueva de espectáculo cinematográfico al mercado mundial, incluido Estados Unidos. Y no menos importantes, al menos para el mercado interno, fueron los melodramas protagonizados por las famosas divas Lyda Borelli (Fior di male, 1915, de Carmine Gallone) y Francesca Bertini (Assunta Spina, 1914, de Gustavo Serena).
La I Guerra Mundial supuso el repentino final de este breve periodo de gloria. En 1919 un torrente de importaciones de Estados Unidos llevó a la industria italiana al borde de la bancarrota. La producción fue menguando a lo largo de los años veinte y al final de esa década sólo se hacía un puñado de películas cada año.
La situación mejoró en la década de 1930. La llegada del sonoro aumentó la demanda de cine hablado en italiano, y el gobierno fascista, que hasta entonces no había visto en el cine más que un vehículo propagandístico a través de documentales y noticiarios, intervino para apoyar a la industria. A diferencia de su homólogo alemán, el régimen fascista italiano no intentó convertir el cine en un espectáculo nacionalista. Aunque se hicieron algunas películas fascistas, comenzando con la de Alessandro Blasetti, Sole (1928), en general, el gobierno se marcó como objetivo impulsar una industria cinematográfica autosuficiente y se inició la construcción de grandes estudios. Algunos directores que habían emigrado, como Augusto Genina o Carmine Gallone, volvieron a su país, e incluso algún realizador extranjero como Max Ophuls rodó en Italia la exquisita La signora di tutti (1934). Las comedias y los melodramas eran especialmente populares. Películas como Darò un milione (1935, de Mario Camerini), protagonizada por un jovencísimo Vittorio de Sica, alcanzaron un reconocimiento internacional semejante al de las comedias de Frank Capra o Preston Sturges.
Neorrealismo
Tras la caída de Mussolini en 1943 y la liberación en 1945, Italia conoció el nacimiento de una escuela que suponía una nueva forma de ver el cine: el neorrealismo. Al utilizarse los estudios de Cinecittá para albergar a refugiados, los cineastas salieron a las calles para contar historias sobre la resistencia o la vida cotidiana de la posguerra. La película emblemática del neorrealismo es Roma, ciudad abierta, de Roberto Rossellini, con guión de Federico Fellini, rodada durante los últimos meses de la guerra y distribuida en septiembre de 1945. No obstante, las semillas del movimiento habían germinado bastante tiempo antes, con títulos precursores como Obsesión (1942), de Luchino Visconti, quien, al tiempo que destacaba como director teatral y operístico, con barrocos montajes que dejarían huella en la segunda etapa de su cinematografía, rodaba películas de marcado estilo neorrealista como La tierra tiembla (1948), sólida epopeya sobre la dura vida de los pescadores sicilianos. Asimismo, el equipo de director-guionista formado por Vittorio de Sica y Cesare Zavattini realizaba El limpiabotas (1946), sobre dos muchachos que viven de su ingenio en la Roma de la posguerra, la famosísima Ladrón de bicicletas (1948), considerada una de las mejores películas de la historia del cine, y Umberto D. (1952), la historia de un jubilado y su perro. Rossellini, tras el éxito de Roma, ciudad abierta, realizó Paisà (1946), película dividida en seis episodios sobre el avance aliado a través de Italia, y Alemania año cero (1947), que tiene como fondo las ruinas de Berlín.
El neorrealismo, a pesar de ser mundialmente aclamado y tener una enorme influencia, sobre todo fuera de Italia, tuvo una acogida dispar entre el público de ese país. Así, La tierra tiembla se distribuyó sólo en una versión reducida y con el dialecto siciliano doblado al italiano, a pesar de lo cual funcionó mal en taquilla. Umberto D fue aún peor, y sin embargo otras películas menos valoradas por la crítica que mezclaban contenidos sociales con elementos del melodrama y de la intriga tuvieron más éxito, como la película de Giuseppe de Santis Arroz amargo (1949), que en algunos planos se recreaba en los muslos de una joven Silvana Mangano avanzando entre los campos de arroz. Además de estas dificultades, el neorrealismo tuvo que afrontar una escasa distribución y la hostilidad frontal de un gobierno preocupado por la imagen que estas películas transmitían de Italia, con lo que sus autores lo irían abandonando en pos de un cine más rentable y de estética más cuidada que iba ganando terreno en el panorama internacional.
Décadas de 1950 y 1960
Para contrarrestar la fuerte competencia de Hollywood, la industria italiana se embarcó en la década de 1950 en una triple estrategia: por una parte, se realizaron comedias populares y películas de género de bajo presupuesto para el mercado local y proyectos más ambiciosos a través de acuerdos de coproducción con otros países europeos; por otra, se estimuló a las grandes compañías estadounidenses a reinvertir sus beneficios en el mercado italiano en producciones rodadas en Italia, como Ben-Hur (1959, de William Wyler) de la MGM. Por otro lado, se fomentó la realización de prestigiosas producciones de cara a la distribución internacional, estrategia que culminaría en 1963 con la obra de Visconti El gatopardo, financiada por la 20th Century Fox.
El gran éxito de La dolce vita de Federico Fellini (1960) y el éxito internacional de crítica de las vanguardistas La aventura (1960) y El eclipse (1962), ambas de Michelangelo Antonioni, situaron a Italia de nuevo a la cabeza del cine mundial por la calidad de sus producciones. Al prestigio del neorrealismo y de los anteriores autores se vino a sumar una nueva generación de autores-directores, con figuras de la talla de Pier Paolo Pasolini (Accatone, 1961), Bernardo Bertolucci (Antes de la revolución, 1964), Ettore Scola (El demonio de los celos, 1970) o Marco Bellocchio (Las manos en los bolsillos, 1965), que trataban temas de gran importancia social y cultural de un modo muy personal.
Los años sesenta también estuvieron marcados por el éxito extraordinario que alcanzaron internacionalmente un tipo de películas concebidas en principio para el mercado local, los spaghetti western, que utilizaban paisajes españoles o yugoslavos como localizaciones del Oeste estadounidense para crear un mundo de violencia ritualizada, casi abstracta, cuyo máximo exponente es el gran maestro del género, Sergio Leone (Por un puñado de dólares, 1964; El bueno, el feo y el malo, 1966).
El cine italiano a partir de la década de 1970
Tras la década de 1970, durante la cual los grandes autores continuaron en activo (Pasolini murió de forma prematura en 1975, Visconti en 1976 y Fellini en 1993), y con la excepción de figuras como Ettore Scola o Bertolucci, el cine italiano como personalidad diferenciada comienza a disiparse, disminuyendo los niveles de producción y las audiencias. Los directores más prestigiosos se han visto tentados progresivamente por la seducción de la cinematografía internacional, como ilustran los casos de Bertolucci con El último tango en París (1972, con Marlon Brando) o Antonioni con El reportero (1975, con Jack Nicholson). De los grandes maestros del periodo de posguerra, sólo Fellini se mantuvo fuertemente enraizado en la cultura italiana (aunque interpretada de un modo singularmente idiosincrático).
El mundo de la Mafia, el terrorismo y la corrupción política continúan, sin embargo, suministrando temas tanto para directores ya consagrados como Francesco Rosi (El caso Mattei, 1973) como para la nueva generación de actores-directores encabezada por Nanni Moretti y Roberto Benigni. La mordaz y a menudo nihilista sátira de los denominados nuevos cómicos es bastante menos suave que la de la generación anterior, popularizada por actores como Marcello Mastroianni, y ha tenido menor difusión.
Aunque dentro de sus fronteras el cine italiano haya experimentado a partir de finales de la década de 1990 un impresionante renacimiento, la proyección internacional de su cinematografía ha sido muy escasa. La excepción a esta regla la protagonizan realizadores como Bertolucci o Benigni, autores de El último emperador (1987) y La vida es bella (1999), respectivamente, filmes que cosecharon excelentes críticas y varios premios Oscar de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. En la otra cara de la moneda se sitúan directores como Gianni Amelio (Lamerica, 1994), Mario Martone (L'amore molesto, 1995) y Leonardo Pieraccioni (Fuochi d'artificio, 1997), que aún no han obtenido el reconocimiento internacional que merecen.
Cine Europeo
El Cine europeo, como el resto del cine en el mundo, ha experimentado grandes cambios a lo largo de los años, pero es a partir de los años setenta, cuando evoluciona por que los productores buscan superar todos los obstáculos de la época para continuar con su carrera, que es un poco mas difícil que en Estados Unidos. Dentro del público europeo, existe interés por acudir a las salas de cine a ver material estadounidense, donde ahí mismo hay poco lugar para el cine europeo.
A pesar de esto, en Francia se destaca el cine propio, gracias a un sistema de financiamiento que permite desarrollar mayores proyectos. En el resto de Europa, el cine busca sobrevivir en el tiempo que le quede, con ayuda de las administraciones nacionales, que es en el caso de España, Italia y algunos otros países. Los fondos europeos intentan inyectar de dinamismo a un mercado a punto de desaparecer y tratan de atenuar las grandes deficiencias con las que cuenta.
El Cine italiano está en manos de directores de la época clásica como Luchino Visconti, Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini, además, surgen otros autores que buscan mostrar sus inquietudes creativas, culturales e ideológicas en producciones muy interesantes como El conformista (1970), Novecento (1976), El Árbol de los Zuecos (1974), Cinema Paradise (1989) y el multipremiado trabajo de Roberto Benigni La vida es bella (1998)
Dentro del mismo cine europeo, también se destacó el cine alemán, con grandes producciones como Aguirre o la cólera de Dios (1973), La ley del mas fuerte (1974), La ansiedad de Verónica Voss (1981), Alicia en las ciudades (1973), El amigo americano (1977), Cielo sobre Berlín (1987), entre otros títulos.
El Cine británico también tuvo grandes producciones como La naranja mecánica de Stanley Kubrick (1971), El resplandor (1980), Carros de fuego (1981) y Gandhi (1982), Hermosa lavandería (1985), y Un pez llamado Wanda (1988), Agenda oculta (1990), Lloviendo piedras (1993), Café Irlandés (1993), En el nombre del padre (1993), Cuatro bodas y un funeral (1994), Secretos y mentiras (1996), y el éxito comercial Full monty (1997)
El cine francés también ha tenido sus producciones de calidad, como La mujer de al lado, 1981, Adiós muchachos, 1987, (Inocentes con manos sucias, 1974, Un asunto de mujeres, 1988; No va más, 1997, Hoy empieza todo, 1999, De todo corazón, 1998, Roseta, 1999 y Amélie, 2001.
En Europa existen importantes festivales de cine como el de Cannes en Francia o el de Berlín en Alemania, donde no solamente se muestra cine de todo el mundo, sino además Cine europeo de calidad para el mundo.
Cine Asiatico
En Asia han destacado muchas películas, sobre todo en el Lejano Oriente de producciones chinas y japonesas. Muchas de ellas, no todas, relacionadas con las artes marciales, y muchas otras producciones de cine con contenidos como romance, comedia, terror, etc. Los actores más destacados son Jackie Chan y Jet Li, seguido de Pat Morita, Bruce Lee, Tony Jaa y Monsour del Rosario, entre otros. Entre los directores más reconocidos del continente fue el japonés Akira Kurosawa. O como la ya famosa "Slumdog Millonaire", que ha conseguido récords en las taquillas.
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