Una vez más Pixar demuestra porque es la señora y ama del inmenso y multimillonario negocio de la animación por ordenador. …¿Pero… cuales son los artilugios que utiliza esta poderosa subdivisión de los estudios Disney para colocar a sus productos en lo más alto de los nepotismos del gran público?... ¿Cuáles son los tejemanejes que realiza Disney para ser considerada la reina absoluta del píxel?...
Señores… la respuesta a estos interrogantes que yo mismo me he formulado radica en la singularidad de las historias de las que pretende apoyarse, no siendo destinada absolutamente a un público infantil, la madurez, sagacidad y enjundia de los brillantes diálogos con los que suele liar a la gran mayoria de sus producciones (digo mayoria porque todos sabemos que también han tenido sus patinazos) y también por ese deleite visual desbordante que le imprime a cada uno de sus fotogramas.
En éste caso, el folklore celta, el paisajismo escocés y el protagonismo de una mujer noble y rebelde parecen los únicos atractivos de una producción Pixar que, en realidad, constituye un poderoso y sutil homenaje a la magia de la tradición narrativa.
Uno de los motivos más reconocibles y repetidos en el arte celta son las cenefas compuestas por espirales y lazos entrecruzados en largos cintos o dobladillos. En esa serie de olas que transmiten una sensación unidireccional y homogénea se hallaría, a primera vista, el lugar modesto y reiterativo del alma de “Brave”. No obstante, esa idea corresponde al vistazo general del patrón, que revela no sólo detalles ocultos, sino una necesidad de que su ejemplo se engarce en una tendencia suave y progresiva. “Brave” comienza, por tanto, como una sucesión de estampas maravillosas que acarician una sensación constante de familiaridad —el paralelismo entre su arranque y el de “Tangled” (Byron Howard y Nathan Greno, 2010), otra producción reciente de corte medieval—; una trampa en la que, si los ojos consiguen vencer al inútil juego de ecos con el universo Disney, se esconde el acta de una tradición a la que Pixar, orgullosamente, se adhiere con la causa de la princesa Merida. Desde luego, su prueba de valentía y amor maternofilial posee no pocas similitudes con las odiseas de otras princesas, a cuya nómina acaba de sumarse por acción del marketing.
A pesar de que la historia de la pelirroja rebelde, el hechizo equívoco y el aprendizaje de honores ancestrales deslumbra más por su ejecución que por su esqueleto argumental, lo primero constituye un logro de por sí excelente y legítimo, aparte del espíritu, en apariencia simple, que late tras esa coraza técnica. “Brave” no deja de ser el proyecto personal de una mujer —Brenda Chapman, madre de la historia, mantenida en los créditos del guión—, y como tal uno de los elementos más llamativos de su estructura consiste en ese desprendimiento de la trayectoria habitual de féminas animadas de sangre real o plebeya. Pero el subrayado de la relación entre Merida y su madre, la reina Elinor, antes que ser un obvio llamamiento al olvido de los príncipes azules, termina obteniendo todo el protagonismo de la trama y es firme representación de un propósito más elevado. La maestría Pixar continúa creciendo en niveles pasmosos, tanto en el diseño de una Escocia documentada de forma exquisita como de unos humanos cada vez más dinámicos —sin renunciar a las delicias expresivas del cartoon, caso de las correspondencias entre los jefes de los clanes y sus hijos, o la osa-madre—.
No hay que olvidar, tampoco, que la meta fundacional y fundamental del estudio persigue divertir y emocionar al espectador, lazo que tiende hacia la propia tradición disneyana y a otras latitudes como Studio Ghibli, también sensible a las mitologías. Llegados a este punto, resulta clave el esquema céltico de lazos y espirales: hay una sucesión de parecidos que podrían lastrar el acabado y la percepción de “Brave”, lo cual es un engaño frente a su auténtica esencia. La de un peldaño más en una eterna concatenación de historias que comparten puntos en común y nexos de unión; o la princesa Merida proclamando, orgullosa, que ellos forman parte de una leyenda en construcción. Se trata de un trasfondo bellísimo —el motivo homérico clásico del tapiz destejido que debe volver a tejerse, o el hombre obsesionado con la bestia, en alusión a Mellville— en una película de hallazgos estéticos apabullantes —el naturalismo de la melena rizada de Merida—. O cómo reconocer amorosa y humildemente las deudas con la madre, o tantas fuentes narrativas previas.
Con más de US $532 millones de dólares de recaudos en taquilla y criticas favorables, “Brave” es la apuesta más segura de Pixar a los premios Oscars de 2013, no en vano ayer la Academia de Hollywood la preseleccionó como una de las 21 cintas elegibles en la categoría de mejor película de animación.